Una última frase contundente. El gángster muere como una rata en un callejón, pero tiene oportunidad de dejar sus últimas palabras inmortalizadas en la memoria del cinéfilo.

En el díptico de Tarantino, el gran clímax final es un monólogo de casi 45 minutos en el que Bill despliega todo su arte seductor antes de morir como gran héroe romántico bajo ritmos de spaghetti western.
Tras dos horas y media de metraje, Bin Laden muere de manera abrupta, anti-épica, como un fardo sin rostro, cuando los agentes que asaltan su fortaleza abren la puerta de su habitación. Al Gran Villano se le niegan las últimas palabras. Ha habido un cambio de paradigma: matar a un malo es, siempre, un trabajo sucio que deja manchas en el alma.
Esta semana nos titula: Rodrigo Fresán