jueves, 24 de noviembre de 2011

¡NO ME TOQUES A INDY JONES!


Jordi Costa
Lo más doloroso de ver “Las aventuras de Tintín”, que me gustó bastante, fue ir encontrándome, a la salida, con amigos y compañeros de trabajo que aprovechaban su entusiasmo para volver a denostar “Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal” (2008).

No era por llevar la contraria, pero, de repente, me vi defendiendo con uñas y dientes “Indiana IV”, que, frente al “Tintín”, era, a mi entender… ¡la buena! Una película sobre el crepúsculo del héroe que encontraba su verdadero sentido al recortar la silueta del aventurero del látigo sobre a) un hongo atómico y b) un ovni: dos postales de la desubicación en unos años 50 que extendían el acta de defunción sobre la heroicidad romántica.

Cuando la villana encarnada por Cate Blanchett aplastaba a una hormiga carnívora entre sus rodillas, la película ya me había ganado para siempre.
























































Esa imagen era para mí pura poesía, la culminación de una arrebatadora lógica del delirio… un delirio analógico.

“Las aventuras de Tintín” parece la obra maestra del cine de aventuras que rodaría una máquina, un súper-ordenador capaz de lograr movimientos de cámara imposibles y desafiar toda ley de la física, pero quizá incapaz de comprender esa lógica del delirio, ese delirio analógico. Porque, ¿cómo le hubiese podido contar Spielberg lo de la hormiga a, por ejemplo, Hal 9000?


Esta semana nos ha titulado: Jaume Figueras



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